lunes, 21 de marzo de 2011

Ana Pastor y Ahmed Ahmadineyad


Una entrevista puede desvelar secretos de estado (véase el caso Frost y Nixon), o puede ser más de lo mismo porque el periodista podría sufrir el síndrome de su captor y durante el tiempo que dure el encuentro no atreverse a incomodarle. Como hemos leído en clase recientemente en un artículo de Ramon Muñoz "el reportero, por razón de su profesión, se codea cotidianamente con jerarcas, sean políticos, jueces o directivos de empresas. ¿Cómo no le va a temblar el pulso al humilde tribulete que lleva una dieta rica en chóped y es incondicional del Lidl y del Ikea al preguntar por sus chanchullos al cacique político de turno o al ejecutivo millonario que le convoca en el Ritz y le agasaja con percebes de Roncudo?"
Afortunadamente y aunque disfrutamos con la ironía del articulista, esto no siempre ocurre. Entrevistas como la que hoy nos ocupa sirven para dignificar una profesión, por otra parte casi siempre denostada.
A Ana Pastor en 30 minutos de deseada entrevista al presidente iraní (la única que ha concedido) no le tiembla el pulso a la hora de preguntar y reformular lo preguntado, ante el cinismo de un personaje que no sabemos que opinará en privado de haber sido entrevistado por una mujer a la que ¡ops! se le cayó el velo. Ojalá a el se le cayera de sus ojos y reculara en el sufrimiento que está infligiendo a las mujeres y al resto de población iraní.
Os dejamos el link para que valoréis:

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